REIVINDICACIONES DE UNA VULNERABLE
Corre. No mires atrás, pasado pisado. Enfócate en tu meta. ¿No sabes cuál es? El éxito, siempre. Lucha por triunfar y haz todo lo posible por no fracasar. No te hagas preguntas, porque es una pérdida de tiempo. Tú a lo tuyo, y a lo útil. Céntrate en ti, exalta tus virtudes, olvida tus defectos. No le des demasiada importancia a tus emociones, mejor piensa siempre en positivo y nunca dejes de intentar ser el mejor en lo que hagas. Compite. No sueñes demasiado, mejor sé realista. Haz todo lo que sea necesario para conseguir tus objetivos, trabaja duro y olvídate de encontrar algo que te haga feliz. La felicidad no existe. Tendrás muchos días buenos, y a los malos mejor no les eches mucha cuenta. Tú dedícate a ganar mucho dinero, que ya tendrás tiempo para lo que quieras cuando estés bien posicionado. Y, pase lo que pase, no dejes de correr.
Pues no. Me niego a ser otra víctima más de la cultura del éxito vacío. Me niego a pensar que ésa es la única forma de vida posible. Hoy reivindico las caídas, las noches en blanco, los parones y los días grises. Reclamo nuestro derecho a reconocer que la vida no es fácil. Porque no lo es. Habrá muchos, muchísimos momentos en los que nos sintamos perdidos. Solos en medio de un montón de gente que, aunque diga lo contrario, se siente igual de perdida. Sin rumbo y sin ideas sobre cuál puede ser el camino a seguir. En una encrucijada con mil posibilidades pero sin ninguna que nos atraiga lo suficiente. Con carteles por todas partes que indican mundos completamente distintos. Y no sabemos ni cómo empezar a descartar. ¿Y si descartamos el que era correcto? ¿Hay uno correcto? ¿Lo sabremos algún día?
Ni idea, pero tenemos derecho – incluso necesidad- de equivocarnos. No vamos a quedarnos toda la vida en medio de la encrucijada, pero avanzar lleva implícito el error. Podemos ir caminando en lugar de correr. Podemos mirar los paisajes, sentarnos a descansar y echar la vista atrás de vez en cuando. Nos debería invadir el orgullo, y no la culpa, cuando fracasemos. Señal de que lo estamos intentando. Nunca algo fácil de conseguir nos dará la misma satisfacción que algo que nos ha costado esfuerzo, sudor y muchas lágrimas. Por cierto, deberíamos llorar en público de vez en cuando, porque todos somos vulnerables, a todos nos duele la vida muchas veces, nos escuecen sus golpes y nos calan sus tormentas.
Deberíamos ser quienes somos a todas horas. Intentar superar, sí, pero a nosotros mismos, no al de al lado. Deberíamos entender que las personas no son enemigos con los que competir, sino amigos con los que compartir. Todos tenemos un don. O varios. Y estamos algo ciegos, porque la misma palabra lo dice: están para donarlos. Si yo te comparto mis talentos y tú me compartes los tuyos, los dos llenaremos nuestros huecos vacíos. Estamos hechos para encajar. Y todos encajamos, aunque algunas piezas del puzle tarden más en colocarse.
Hoy reivindico las veces en las que decimos que no podemos más. El primer paso para estar bien es reconocer que no lo estamos. Y, ¿sabes? No pasa nada. No estamos solos, aquí todos estamos hechos del mismo material. A todos nos asustan la vida y sus giros, sus cambios de planes improvisados y sus despedidas bruscas. A todos nos da vértigo alzar el vuelo y nos aterroriza caer. A todos se nos agolpan las emociones en los lagrimales, se nos forman nudos en la garganta y nos da un vuelco el corazón más a menudo de lo que nos gustaría. A todos nos paraliza que nadie comprenda lo que sentimos.
Hoy me pregunto cuál será el motivo por el que nos vemos obligados a esconder nuestras debilidades. A tapar nuestras dudas y nuestros pensamientos en bucle bajo una sonrisa de mentira que todos fingen creer. A perseguir una meta con tanto afán que, incluso cuando algo nos dice que la meta ha cambiado, seguimos corriendo en línea recta. Y a confundir de manera brutal las cosas que son importantes y las que sólo nos hacen miserables.
Hoy quiero gritar que no somos perfectos. Y que el verdadero crecimiento empieza en un momento de crisis, al igual que el verdadero viaje empieza en una encrucijada. No dejes que te engañen, se puede ser feliz. Solo hace falta dejar que el amor te recorra entero, desde el primer pelo de tu cabeza hasta el dedo chico del pie. Poner todo tu corazón en cada cosa que hagas. Y tener presente que no eres el único que necesita caerse para luego recordar hacia dónde va.
Ana Santamaría Santiago